El Cyber Monday surgió en 2005 como una estrategia para promover las compras vía online bajo el reclamo de descuentos que nos ayudan a ahorrar en nuestras compras navideñas. Tiene lugar el lunes después de Acción de Gracias, justo después del conocido Black Friday. Inicialmente, este último se asociaba a las compras en tiendas físicas mientras que el Cyber Monday se dedicaba únicamente a las compras a través de internet pero, año tras año, las diferencias entre estas dos fechas se han ido diluyendo debido al gran impulso que ha experimentado el comercio electrónico. Además, los descuentos que inicialmente duraban 24 horas han visto extendido su periodo de vigencia.

El marketing y la publicidad influyen en la actitud del consumidor ante el producto, haciéndolo más atractivo a la vez que facilitan su acceso mediante ofertas flash. Estos descuentos nos afectan generando necesidades que no son reales a la vez que estimulan el sistema de recompensa del cerebro, activando las áreas relacionadas con la gratificación inmediata y liberando dopamina. Cuando experimentamos ese nivel de estimulación de manera continua se genera algo similar a una adicción, una búsqueda constante de la sensación de recompensa.

El constante bombardeo de información dificulta que nuestro cerebro pueda procesarla evaluando si se trata de una necesidad real o no y empujándonos a tomar decisiones de manera impulsiva ante ofertas que tienen una duración muy limitada. Como consecuencia, se produce una falsa sensación de ahorro ya que terminamos comprando productos que no nos habíamos planteado. Además, la proliferación de las compras en un clic también afecta a nuestra percepción sobre el dinero que invertimos. Las tiendas online ofrecen la posibilidad de almacenar los datos de pago para futuras compras, lo que, en ocasiones, dificulta que seamos conscientes de la magnitud del desembolso que estamos a punto de realizar.

Afortunadamente, es posible evitar los efectos del Cyber Monday teniendo en cuenta las siguientes pautas:

Planificar bien las compras, fijando un presupuesto destinado a las mismas y elaborando una lista para evitar adquisiciones innecesarias.

Ser racional. Resistir la exposición a estímulos que nos invitan a comprar puede convertirse en una tarea complicada debido a la agresividad de este tipo de campañas, pero no es imposible. Se recomienda mantener una actitud reflexiva, evaluando con calma si nos encontramos ante una necesidad real.

En conclusión, si aplicamos nuestro pensamiento crítico conseguiremos mitigar los efectos de la publicidad sobre nuestra capacidad de decisión y sobre nuestro bolsillo.

Susana Jimeno

Psicoterapeuta especializada en Infantojuvenil y Familia de Psicólogos Pozuelo

¿Tienes alguna Pregunta?